Mallo de Luna

Mallo de Luna
Las montañas y el pantano

viernes, 29 de agosto de 2014

La Vara de Avellano

¿Sabíais que las personas somos auditivas, visuales o Kinestésicas, dependiendo de nuestra capacidad para recibir información a través de los distintos sentidos? yo me confieso auditiva. A menudo estudiando ingeniería me lamentaba de porqué era capaz de memorizar 500000 canciones y no se me quedaba ni un teorema de estadística -lo cierto es que es difícil aprender algo que no te interesa.-

Dicho esto, es razonable pensar que siempre hay una canción para un descosido, y algunas personas se merecen canciones a parte.
Victor Manuel en su día escribió una que, aunque no se ajusta del todo a mi realidad, me recuerda con cariño a una persona importante para mi. De hecho me ayuda ver a esa persona y sentir su forma de ser a pesar de no estar con ella desde hace ya algún tiempo...

"Sentado, en el quicio de la puerta,
el pitillo apagado entre los labios,
con la boina calada y en la mano,
una vara nerviosa de avellano.."

No. No llevaba boina. Pero cuantas veces lo vi con su pantalón de tergal de color verdoso gris y el Jersey oscuro sentado en las escaleras de la puerta de casa, con el ducados entre aquellos dedos largos y morenos, y en la mano aquella vara nerviosa de avellano. La vara de avellano. Morena y esbelta como él. Cansada de tantos pasos dados, pero capaz de cortar el aire con un silbido cuando la ocasión lo requería.

El hombre conducía una furgoneta Gris con mil historias entre sus 4 ruedas. Lo recuerdo siempre a lomos de aquella Renault, con el cigarro en la mano derecha y la ventanilla bajada. si salía del pueblo y me veía, siempre me decía: - "Monta mi niña, marcho pal Ventorrillo, ¿vienes?"-
Como es natural, yo tenia memorizado el soniquete del motor. Al montar, cada verano la furgoneta tenia un olor distinto ( dependiendo de si se le volcó el bidón de leche por accidente, o puso una docena de ambientadores repartidos por el techo), aunque siempre se apreciaba de fondo el buquet del Ducados.En cualquier caso, lo que se respiraba era entusiasmo por ambas partes. 

En el camino hacia el bar del pueblo vecino, entre curva y curva, no había demasiada conversación. La forma de conducir de este hombre tenía un puntito intrépido que le daba emoción a la travesía. Digamos que la carretera era suya. A mi me entretenía ver sus movimientos al volante: gestos mecánicos entre caladas del cigarro de tabaco negro, y de vez en cuando, una miradita de complicidad. No llevaba la radio encendida. el único sonido que se oía era el quejido de la estructura de la furgoneta al pasar por uno de los cien mil baches de la carretera.

 Ya en el bar, siempre se pedía un café y se encendía otro cigarro, con calma, como si fuera un ritual. En realidad yo tengo la impresión de que no fumaba tanto, más bien creo que le gustaba aburrir al cigarro. Entonces siempre le preguntaba a mis tias, las dueñas del bar, qué había de golosina con premio "pa' la rapaza". Al final siempre caía un palote o un Phosquito. El año que daban cordones fosforescentes para las zapatillas hicimos muchos viajes al Ventorrillo. ¡Cómo recuerdo cuando me anudaba los cordones a la muñeca, con el pitillo entre los labios, dibujando una sonrisa, con la ilusión en la mirada!

Al volver a menudo había bronca, porque al ser una excursión improvisada, no se avisaba a nadie y luego en el pueblo se pasaban la tarde buscándome. Pero valía la pena.

Los recuerdos que tenemos de las personas son muy subjetivos. De este hombre siempre tuve la sensación de que guardaba en su interior un puntito de pasión, de genialidad y brío en cada cosa que emprendía. Ya fuera tallar en la madera como un verdadero maestro, jugar a los bolos, conducir su furgoneta al estilo inglés o bailar el baile chano... pero bien es sabido que la pasión consume energía, y es imposible mantenerla de manera constante. Durante los momentos de reposo, en la intimidad, su parte más pesimista lo abordaba y a mi me parecía que se le hacía el día cuesta arriba. Entonces se tumbaba en el escaño a reposar, tras apartar el plato hacia delante (siempre comió poco), y posaba aquella mano morena de dedos largos sobre la cara para tapar un poco de luz a los ojos y poder dormir mejor..

Al despertar, si te veía por ahí, siempre le decía a mi abuela: -"¡Dora! prepárale algo de merendar a la rapaza"- y a continuación se enfundaba los dientes, que habían estado reposando con agua en aquel vaso de plástico marrón, bajaba para el portal y se quedaba por unos instantes observando, sentado en la escalera, mientras se encendía otro cigarro, con la mirada perdida en el infinito, y la vara nerviosa de avellano en la mano.. entonces era buena ocasión para sacarlo de su letargo y pregunarle: -"Abuelo, ¿vamos pal Ventorrillo?"- a lo que rara vez había una negativa por respuesta...

Mi Abuelo Félix


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