Mallo de Luna

Mallo de Luna
Las montañas y el pantano

miércoles, 27 de agosto de 2014

Los Gigantes del Rio



Tuvo que pasar mucho tiempo para que lo que os voy a contar sucediese.

En el tramo de río que discurría desde un poco más allá del molino hasta el puente, crecieron al abrigo de la humedad y y el sol de más de cien primaveras una docena de chopos. Se erigían como centinelas del cauce, a ambos lados del mismo, rectos, fuertes en su base, y poblados de hojas en las elevadas copas. Se cuenta que con sus raíces conseguían frenar, en parte, la fuerza de las aguas del deshielo al comienzo de la primavera, y por ello gozaban de una especie de respeto, o si lo queréis dejar ahí, una consideración especial. Algunos de ellos te acompañaban en la subida de la cuesta que te llevaba a la iglesia, haciendo que la dureza de la ascensión fuese un poco más amena y fresca.


Mis primeros recuerdos en el pueblo se remontan a aquellos baños diarios en la pila de fregar de la cocina, al amor de la cocina de leña, con unas excepcionales vistas a aquellos chopos. Haceos una idea de lo grande que podía llegar a ser yo como para caber en aquella pila.


En aquella época, la casa de mis abuelos era de todo menos un spa relajante... niños correteando, barro en las botas, adolescentes en plena edad del pavo, toda clase de animales de granja, y mi madre, con la "paciencia" que la caracteriza, no ayudaba a hacer del baño algo idílico. Sin embargo, entre jabón y jabón y el aclarado, las vistas conseguían hipnotizarme. -¿Qué miras Marié?- me preguntaba mi madre extrañada ante aquella parsimonia mia... si hubiera podido responderle... para mí era obvio! la danza de aquellos gigantes al son de los vientos de octubre, mientras se ponía el sol por el Cuartero...millones de hojas silbaban al unísono la misma canción, la melodía del otoño, el preludio del invierno. Las ramas más altas parecían brazos bailando hacia el cielo, mecidos rítmicamente, y a pesar de la distancia, a mi me seguían pareciendo gigantes, capaces de alcanzarme con una rama si así lo hubieran querido.


Con el Paso de los años les fuí cogiendo cariño, pues quién si no iba a anunciar que se avecinaba el invierno? al cruzar el puente en los veranos, disfruté de todas sus sombras, de sus risas y sus silencios...¿Cuantas conversaciones habrán presenciado? ¿cuantos domingos habrán visto a niños, viejos y curas subir la cuesta de la iglesia? de cuantos bautizos, bodas y sepelios habrán sido testigos?


Cierto es que su madera no era excepcional, y quizás este factor ayudara a que tan colosales chopos habitaran el arroyo que cruza el pueblo. Sin embargo, como ocurre con casi todo, el sentimentalismo que a mi me despertaron no surgió o quizás no pudo competir con la practicidad de los que no dudaron en acabar con la vida de algunos gigantes porque no cuadraban con sus planes de urbanismo y herencias varias... prueba de ello son la base de sus troncos, que nos cuentan con cada anillo las bonanzas y penurias vividas a lo largo de los años. Un alto precio se pagó para poder leer el mensaje oculto de sus cuerpos, qué menos que interesarse y descubrir qué cuentan!


Los que permanecen en pié, siguen ofreciendo todavía sus conciertos y danzas, donde siempre, a la misma hora, en el mismo sitio.. la misma melodía. No dudéis en acercaros a escucharlos, pues su melodía te hipnotiza, y aunque pasen casi 30 años, perdurará intacta en tu mente con solo cerrar los ojos. 



Así son mis gigantes, los gigantes de Mallo.


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